miércoles, agosto 15, 2007

RUTA Z



ARRIBO

Ya anduve rondando tábano taciturno y endiablado, al borde de las comisuras de este reptil, que es presionado por los versos que no salen y sí regurgitan espaciados en cárcamos, la zona arena tapete de nuestros andares. Ha pasado el temporal y con él las voces que desdoblan en picada desde las nubes prietas de tanto sol que anoche juraron descargarse en mi techo. Esta es la noche en que triste de miel y seco de sales convengo refugiarme inundado y decrecido por no saber cuándo lloverá. Yo sólo oigo los cascos tlaquear… ¿no los oyes? ¿qué oyes cuando no me oyes? ¿qué oyes ahora que no me oyes? ¿oyes lo mismo que oyes cuando no me oyes? Yo soy mortal. Un caballo o un canario cualquiera pudieran dar fe. Pero no’más acá hablo yo y ni las olas que llegan nómadas a acampar en paz pueden aniquilar tanta soledad. Repetido en los días sé comprender este naufragio triste de miel y seco de sales que habito en cueva de yo, en donde convertido en hoja, alga, tronco, marea, resolana y lágrima, surco caminos andados para siempre. Repartido en dos, vuelco la magnitud en magna disfrutación y no sé por ello ya decir bien las palabras. Hace falta falar y pescar menos. Ya dizer tantas coisas deshabitadamente para engañar la razón es la rutina. Yo sólo oigo los cascos tlaquear… viene, oigo venir el rumor del más adentro mar que alza su pecho contigo escudo para aplastarme. Tlac, tlac: oye.

ESTANCIA

Partida en varias la luciérnaga se ha despedido en esta manta que entre ojos acurrucaba oscura la siesta. El reloj menoscabado y sitiado por el polvo ora bocabajo por la salvación de los vientos minutos nuevos que acompasan los ratos todos. Sujeto, soy atrapado por el minotauro y bautizado a solas entre ríos callejones. Y esputo una a todas las palabras largas que aprendí encerrado el laberinto.

DEPARTURA

Casi me oigo corriendo entre los libros kilómetros de aire que no respiro. Hay que hacer fuerza y destapar el constipado material que se guarda a penas entre los orificios. Abajo la playa con su orquesta monotónica mece la obsesión de este que soy acalorado y salino al andar cristo sobre la sábana de ola mar. Es el momento de reír y escupirle desde el vuelo al entero clima cuando evapora a ráfaga lenta el rumor océano, encantado. El abandono al océano desde el cielo es la frágil venganza de quien inmaculado cuece sus plantas en plena brasa de adoquín, almeja y escama putrefacta. Este tipo de cosas se dicen cuando no se tienen los pies en la arena.