Se puede reconocer a la otrora -dijera yo cuando me sentía "escritor"- amante a la distancia. Y no me refiero en algún sentido metafísico, sino a que a 40 metros, paradita en la esquina, viendo esas piezas de Artefacto, muy mona, con el crío en su carreola empujadomecido por la doméstica (¿qué no si es doméstica debería esta en casa?, ¿qué no eras de las que decían que nunca tendrías servicio de "nana"?, ¿qué no…?), y resguardado por un séquito conformado por la insoportable hermana eterna quierosermamávéanmeconunniñoenbrazosnoestoyquedada… (¡uy, cuñadita!), su rum meit (compañeras de ron, ajá, tortillas) y el bobo chofertameme, realmente es fácil adivinar que esa rodilla izquierda le pertenece. Uno ya anduvo allí, de brinco en cama y de camellón en pista de baile. Sabe uno, y muy bien sabido, cómo se para en la regadera, el piecito alzadito para no pisar ese azulejo de baño de soltero -asco, decía-, el tobillo a 15 cm del suelo para que la media ceda… mis manos ajustando sus agujetas. Por atrás, sí, se ve que es ella. He reconocido esa espalda, me la sé de sueño, como rodilla, tobillos y muslos sin memoria metafísica.
martes, abril 11, 2006
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