jueves, enero 05, 2006

A orillas del río Mapocho

Escuche en un café cercano a mi casa a un viejo decir: “...regresar a un lugar después de muchos años, un lugar que habitamos en el pasado, un lugar que en algún momento tomo la forma de nuestro cuerpo, de nuestras ideas y de nuestros deseos, es matar la nostalgia, es matar el deseo y el recuerdo que siempre nos aterro en una tarde de copas o en un cigarro o en la noche o en este café. Es como poder regresar a un sueño. Simplemente todo se desvanece. Es reconocer que la muerte o el olvido mueve menos hojas que el viento.”

Volver es enfrentarse a la brutalidad silenciosa del paso del tiempo, es integrar fantasmas que no se han ido. Es también volver a esas canciones y a esos libros. Es reconocer lugares, palparlos y olerlos a tientas con la misma premura que un ciego recorre con sus dedos una esquina o un borde. Es mirar con detenimiento el verdadero tamaño de las cosas. Es inventar fechas y mirar las respuestas a las preguntas que le hacíamos a nuestra memoria reprobada e insuficiente.

¿Dónde esta el edificio de Isidora Goyenechea? ¿A dónde fue la chica de la farmacia que salvo mis bronquios? Supongo que la ciudad de Santiago no esta dispuesta a matar nada ni a nadie. Suficiente ya tuvo con taparse los ojos.

Antes de entrar a una librería, mire de reojo un callejón en donde se reflejaba el sol: ni el ruido de las "micros" amarillas, ni el olor, ni el sol, ni los edificios, ni la librería, ni la linda compañía, sino la combinación exacta de cada uno de ellos minutos antes de las 8 de la noche me regaló la certeza de que ni yo mismo había muerto. La certeza de que habia regresado. La certeza irrepetible del presente.

1 comentario:

Víctor Rivas dijo...

Estimado Hal: Su idea del regreso me ha reventado unas ansias de volver a los lugares. Soy un tio de hábitos, pero ese, el del retorno, es de los que más disfruto. Hube de viajar para regresar al enuentro diurno y cotidiano. Siga, seguimos, sigamos.