El trato es justo: él observa, lee, reflexiona, camina, come y vive en esos espacios que hay entre los edificios o en las esquinas que forman los baños públicos o se queda mirando las entradas a los estacionamientos subterráneos desde la calle como quien flota entre el terror de los días. Yo me encargo de la parte laboriosa: escribo cada uno de sus movimientos, les doy forma y sentido; en fin intento justificar dos historias sencillas y mediocres que podrían pasar desapercibida si se nos acaban las monedas para el teléfono.
A pesar de nuestras convicciones, compartimos el terror a desaparecer, a quedarnos varados en una ciudad o en un camino y que los otros asuman que no estamos en peligro sino que decidimos no volver o huir sin despedirnos. Era, un sentimiento que nos provocaba mareos. Cada vez que hacíamos el intento por comunicarnos lo único que escuchabamos eran palabras o ideas caóticas que se traducían en gritos desesperados de búsqueda, como si la ciencia o los libros nos pudieran desaparecer, como si el tiempo nos pudiera desaparecer, como si una capricho nos pudiera desaparecer.
Era una carrera pavorosa entre dos barcos.
Nunca lo vi llorar, pero me supe que lo hacia cada vez que llegaba a un nuevo lugar.
jueves, agosto 24, 2006
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