Hay noches, especialmente cuando se va la luz, en que añoro la compañía de mi guitarra. Es la forma en que me mira desde la oscuridad; arrumbada, coqueteando desde una esquina, mientras yo la miro como a un libro amarillento de física o de quimica; lo mismo que el chino. Es posible que entre todos esos sueños/pesadillas que tengo constantemente, que no son mas que oleajes enormes, ilusiones, deseos, proyectos, archivos comprimidos en imágenes sin sonido, exista uno que explique todo; aquel en el que melodías grandiosas, que yo toco, que yo compongo y que, lo mas extraño, yo canto en un idioma indescifrable, se escuchan todo el tiempo: un alivio del lenguaje, un logro de la musica.
(¿Por qué suena tan extraño cuando ellos dicen que el mundo se mueve hacia arriba? Es un misterio, tal vez; hay tantas cosas que no puedo entender.)
Lo mas extraño es que no solo la forma en que canto, sino las palabras que digo, una conjunción perfecta de objetos y materiales, como si la madera y el nylon fueran una extensión del cuerpo, y lograr conjunciones tan perfectas llenas de pausas, de voces y de guitarras fuera lo mismo que responder a un impulso tan simple como aplaudir o rascarse la cabeza.
Siempre termino despertando con el brazo entumido, aterrorizado al recordar que minutos antes me encontraba en un callejón inmenso, respondiendo a la mirada de un gato, con un sombrero puesto, como si el mundo se hubiera mudado de casa o el periódico amaneciera con su primera plana en blanco; sin guitarra, sin canción, sin voz, sin sonido, con el recuerdo vago de una vieja canción de radio, de un éxito que repito durante el resto del dia: la misma cancion que compuse en mi sueño.
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