martes, noviembre 01, 2005

La condición del solitario roza más que la lágrima del perdedor: Mija, nunca dejarás de seducirme.

Esta vez vengo al billar a olvidarme de ti, pero ya te ví que a'i vienes. Aparecerte y levantarme la piel cuando estoy a así de embuchacar la nueve en la esquina de arriba, cuando busco que el ingrato del Cui se trague su sonrisa, no tiene madre. Me distraes. En el juego del paño la concentración es preponderante. Posar mi panza sobre la mesa, clavar los ojos en la rayada, luego en la blanca, apretar el puño izquierdo (no soy zurdo, pero tiro con ambas, aunque eso finalmente no te importe), y cuando casi tlack, tu beso en mi cuello enfurece y lleno de tiza me dejas un tiro espantoso. Recargada en la columna junto al baño, fumas y sonríes al mismo tiempo que digo carajo y escucho sólo a mi contrincante echar la burla. No andes más por acá, no me dejas ver, no me dejas tirar, ¿cuál era mi cigarro?, ¿voy? La gente se va despacito, y tú, como esa hermana Catrina que tienes, aposentas lenta y salvaje, el vaho en mi auto, cuarto, ropa y vida, impregnándonos de soledad. Qué poca madre. Ojalá y te ahogues con tu propia bola.

1 comentario:

Víctor Rivas dijo...

Bien me advertiste lo de escritor, y ya lo voy saboreando. Condena maldita mi querido amigo, condena inplacable y libertad absoluta. Ya te dejé´´yo por ahí algo de lo que dibujo en el papel. No he terminado de leer los textos, pero me reservaré hacerlo por la noche, que ahí me gusta jugarme la vida literaria. Que venga fuerte el diálogo.

daniel